El 14 de setiembre, Hatun Huayllay era una acuarela de mil colores.
La fiesta del señor de Huayllay Grande tenía, hace muchos años, una capacidad de convocatoria de gentes de toda condición
en cientos de kilometros a la redonda huancas, huamanginos, huantinos, chopccas, sallccas de las alturas ignotas, abanquinos,
costeños fulleros y tahúres, magos de la selva, curanderos de enfermedades imaginarias, aventureros en busca de la oportunidad,
incautos, señorones de foete y zurriago, señoronas de reclinatorio y pongo particular a disposición, guitarristas, mandolineros,
charangueros, quenistas, levantadores de piedras, campeones indios de "champa tikray", cucufatas, beatas, borrachos busconas
y comerciantes de todo lo inimaginable hervían durante tres días en la plaza y calles aledañas de Hatun Huayllay. Jurar
en nombre de Taytacha Huayllay era volver transparente, incontrovertible, impajaritable, pura cualesquier información o aserto.
Sobre Taytacha Huayllay existe mas de una leyenda. Una dice que tres peregrinos del Cusco aparecieron por tierras huancavelicanas
. Uno enrumbo a Ica y dos se quedaron en nuestras tierras. Uno de ellos, el que acampo en Uchcupata, sería luego el venerado
Señor de Huayllay, pues el peregrino era el sembrador de vida y luz.
Otra leyenda cuenta que un pastor halló una efigie
de gran altura. Quisieron llevarlo a Callanmarca, a Huancahuanca, a Lircay y no pudieron. Pero cuando lo llevaron a Hatun
Huayllay la efigie se volvó ligera. La voluntad de "vivir" era obvia.
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